Sebastián Piñera encarna perfectamente el abusivo desmantelamiento del Estado, privatizaciones con nombres y apellidos impuesta en dictadura que hoy prosiguen y nos tienen de perro faldero de las grandes potencias. En esta provincia remolona, productora de “piñas” (denominación colonial para la plata de contrabando), vivimos una democracia que no es abierta, igualitaria o moderna, es “piñera”.
Un ejemplo basta. El monopolio mundial del Litio extraído en el Salar de Atacama está en manos de un exyerno de Pinochet, a la vez primer financista de la UDI. Pero los casos son muchos: la escandalosa concentración de la propiedad en Chile es piñera; la reventa a vil precio que hace nuestra élite nacional a grupos transnacionales, piñera; la prensa escrita, piñera; la televisión en poder de las mineras más grandes del mundo, piñera; la educación segundaria y superior, piñera. Piñeros la salud ‘extrema’ y el sistema de pensiones que beneficia a los que ya tienen. Santiago, donde vive Piñera parte del año, es una ciudad contaminada hasta la re-piña, con un nivel criminal de MP 2.5, del que son responsables los mismos grandes grupos económicos.
Piñero, el presidencialismo histérico de los primero días; piñeras, las giras internacionales de inauguración: la pareja Sarkozy-Bruni, modelo por excelencia de la piñería, en Francia es objeto de infinitas burlas en forma permanente, tanto, que su credibilidad política está por los suelos, y la prensa francesa ha instalado en forma irreversible su imagen bufonesca. Eso le espera a nuestra querida patria: un destino piñero, como al que nos ha amarrado el falso royalty con invariabilidad votado por honorables que entre sus propios colegas son tildados de rastreros y vendepatrias.
Chile, en cambio, podría ser un país “piñón”, fruto de la savia araucaria, a todo dar, orgulloso de sus raíces multiseculares, atento a mantener y ampliar sus libertades en medio de las tormentas financieras internacionales, aventajado en la capacidad de agregar valor sustentablemente a sus riquezas naturales (suficientes para dar bienestar a todos y cada uno de sus pocos habitantes por varias generaciones). bien llevada, una política a largo plazo de recursos naturales podría financiar educación pública y laica de excelencia, y Chile podría ser tierra de verdaderas oportunidades, con una opinión pública crítica y libertaria, responsable y solidaria. En lugar de eso, somos un país piñero, mediocre, con una meritocracia de escaparate, que además es títere de las bajas pasiones, de la mano mojigata más reaccionaria que es dable imaginar, fanática y golpista, vendida en cuerpo y alma al capital foráneo, a la vez que explota sin asco a los trabajadores nacionales con sueldos de miseria (el capital "nacional" es dueño de más del 50% de los activos en bolsa).
Tan piñero es Chile, que manda el poder eclesiástico incluso después de ser expuesta su sórdida faceta delincuencial, que de todos modos ya era un patético “secreto a voces” que los penitentes de rodillas aceptaban con humildad cristiana.
Chile piñero es para la risa; a reír entonces… hasta que se ponga seria la cosa. Ojalá que el Piñera de Dios que liberó a 33 mineros para ganarse a la platea (mientras mueren muchos de los que nadie sabrá), no logre instalar un culto a su persona populista, al estilo Berlusconi. La ignorancia proverbial de SP, con sus miles de ejemplos luminosos, da más pena que risa, más cuando sabemos de las rencillas egomaníacas con sus hermanos, todos más talentosos (incluso el Negro, mejor pa' la talla). El problema es que es tan fácil reirse de Sebastián Piñera, que eso incluso ya no tiene gracia, que los que fueron gobierno anteriormente no saben a qué santo rezarle, solo pueden echar tallas como tirándole piedras al empedrado, seguros de que van dar en el blanco. Ya no hace gracia reírse de quien se expone al ridículo en forma tan temeraria como nuestro emperador desnudo.
En países con una cultura pública desarrollada, el sentido del humor es rey de linaje antiguo.
El humor del “Loco” o del bufón oficial no era solamente tolerado sino que formaba parte de la estructura del poder, era un contrapoder autorizado y financiado por la persona real, que le permitía y estimulaba a su bufón decir toda clase de barbaridades y groserías: el bufón transmitía los secretos a voces, los chismes, las contrahechuras físicas y morales, las infidelidades, etc. Panfletos y grafitis amanecían ante las expectantes calles del humor, y los imitadores y representaciones teatrales burlescas eran éxito rotundo. Gracias a la imprenta y luego la prensa, la bufonería pasó a formar parte integrante de la democracia, institucionalizada en las caricaturas y representaciones populares del poder. Ese humor democrático no es ni de izquierda ni de derecha, se rie del poder en sí, y aunque busque subvertirlo, es para liberar las conciencias, emancipar el pensamiento respecto de los oropeles e investiduras.
El humor en Chile no tendrá seriedad burocrática mientras Piñera se empeñe en ser su propio bufón. No debiera dar tanto material para que lo columpien, ya que su dumping humorístico terminaría por quitar toda credibilidad política y por lo tanto, toda razón de ser del humor. El rey debe buscar en su corte (el barón del orégano, el marqués del cobre, el príncipe del Litio, el conde de la bolsa, los pistoleros del Consejo Mineros).
Pancho Vidal lo haría muy bien, y creo que incluso aceptaría el cargo. Piñera es su propio bufón, y eso distrae de su real incapacidad para gobernar, y del carácter pusilánime de quienes lo defienden a brazo partido, sabiendo que es mula. El Chile Piñero se pudre, ni para piña colada sirve.